Bestiario
Entre la última cucharada de arroz con leche -poca
canela, una lástima- y los besos antes de subir a acostarse, llamó la
campanilla en la pieza del teléfono e Isabel se quedó remoloneando hasta que
Inés vino de atender y dijo algo al
oído de su madre. Se miraron entre ellas y después las
dos a Isabel, que pensó en la jaula rota y las cuentas de dividir y un poco en
la rabia de misia Lucera por tocarle el timbre a la vuelta de la escuela. No
estaba tan inquieta, su madre
e Inés miraban como más allá de ellas, casi tomándola
como pretexto ; pero la miraban.
- A mí, créeme que no me gusta que vaya - dijo Inés.-
No tanto por el tigre, después de todo cuidan bien ese aspecto. Pero la casa
tan triste, y ese chico sólo para jugar con ella...
- A mí tampoco me gusta - dijo la madre, e Isabel supo
como desde un tobogán que la mandarían a lo de Funes a pasar el verano. Se tiró
en la noticia, en la enorme ola verde, lo de Funes, lo de Funes, claro que ella
mandaban. No les gustaba pero convenía. Bronquios delicados, Mar del Plata
carísima , difícil manejarse con una chica consentida, boba y conducta regular
con lo buen que es la señorita Tania, sueño inquieto y juguetes por todos
lados, preguntas, botones, rodillas ssucias. Sintió miedo, delicia, olor de
sauces y la ú de Funes se le mezclaba con el arroz con leche, tan tarde y a
dormir, ya mismo a la cama.
Acostada, sin luz, llena de besos y miradas tristes de
Inés y su madre, no bien decididas pero ya decididas del todo a mandarla.
Anteviviía la llegada en break, el primer ayuno, la alegría de Nino cazador de
cucarachas, Nino sapo, Nino pescado (un recuerdo de tres años atrás, Nino
mostrándole unas figuritas puestas con engrudo en un álbum , y diciéndole grave
: "Este es un sapo y éste un pes - ca -do"). Ahora Nino en el parque
esperándola con la red de mariposas, y las manos blandas de Rema - las vio que
nacían de la oscuridad, estaba con los ojos abiertos y en vez de las cara de
Nino zás las manos de Rema, la menor de los Funes. "Tía Rema me quiere
tanto", y los ojos de Nino se hacían grandes y mojados, otra vez vio a
Nino desgajarse flotando en el aire confuso del dormitorio, mirándola contento.
Nino pescado. Se durmió queriendo que la semana pasara esa misma noche, y las
despedidas, el viaje en tren., la legua en break, el portón, los eucaliptos del
camino de entrada. Antes de dormirse tuvo un momento de horror cuando pensó que
podía estar soñando. Estirándose de golpe dio con los pies en los barrotes de
bronce, le dolieron a través de las colchas, y en el comedor grande se oía
hablar a su madre y a Inés, equipaje, ver al médico por lo de la erupciones,
aceite de bacalao y hammaelis virgínica. No era un sueño, no era un sueño.
No era un sueño. La llevaron a Constitución una mañana
ventosa, con banderitas en los puestos ambulantes de la plaza, torta en el Tren
Mixto y gran entrada en el andén. Número catorce. La besaron tanto entre Inés y
su madre que le quedó la cara como caminada, blanda y oliendo a rouge y polvo
rache de Coty., húmeda alrededor de la boca, un asco que el viento le sacó de
un manotazo. No tenía miedo de viajar sola porque era una chica grande, con
nada menos que veinte pesos en la cartera, Compañía Sansinena de de Carnes
Congeladas metiéndose por la ventanilla con un olor dulzón, el Riachuel
amarillo e Isabel repuesta ya del llanto forzado, contenta, muerta de miedo,
activa en el ejercicio pleno de su asiento, su ventanilla, viajera casi única
en un pedazo de coche donde se podía probar todos los lugares y verse en los
espejitos. Pensó una o dos veces en su madre, en Inés -ya estarían en el 97,
saliendo de Constitución-, leyó prohibido fumar, prohibido escupir, capacidad
42 pasajeros sentados, pasaban por Banfield a toda carrera, ¡vuuuúm ! campo más
campo mezclado con el gusto de milkibar y las pastilla de mentol. Inés le había
aconsejado que fuera tejiendo la mañanita de lana verde., de manera que Isabel
la llevaba en lo más escondido de su maletín, pobre Inés con cada idea tan
pava.
En la estación le vino un poco de miedo, porque si el
break... Pero estaba Ahí, con don Nicasio florido y respetuoso, niña de aquí y
niña de allá, si el viaje bueno, si doña Elisa siempre guapa, claro que había
llovido - Oh andar del break, vaivén para traerle el entero acuario de su
anterior venida a los Horneros. Todo más a menudo, más de cristal y rosa, sin
el tigre entonces, con don Nicanor menso canoso, apenas tres años atrás., Nino
un sapo, Nino un pescado, y las manos de Rema que daban deseos de llorar y
sentirlas eternamente contra su cabeza, en una caricia casi de muerte y de
vainillas con crema, las dos mejores cosas de la vida.
Le dieron un cuarto arriba, entero para ella,
lindísimo. Un cuarto para grande (idea de Nino, todo rulos negros y ojos,
bonito en su mono azul ; claro que de tarde Luis lo hacía vestir muy bien, de
gris pizarra con corbata colorada) dentro de otro cuarto chiquito con un
cardenal enorme y salvaje. El baño quedaba a dos puertas (pero internas, de
modo que se podía ir sin averiguar antes dónde estaba el tigre), lleno de canillas
y metales, aunque a Isabel no la engañaban fácil y ya en el baño se notaba bien
el campo, las cosas no eran tan perfectas como en un baño de ciudad. Olía a
viejo, la segunda mañana encontró un bicho de humedad paseando por el lavabo.
Lo tocó apenas, se hizo una bolita temerosa, perdió pie y se fue por el agujero
borboteante.
Querida mamá tomo la pluma para - Comían en el comedor
de cristales, donde se estaba más fresco. El Nene se quejaba a cada momento del
calor, Luis no decía nada pero poco a poco se le veía brotar el agua en la
frente y la barba. Solamente rema estaba tranquila, pasaba los platos despacio
y siempre como si la comida fuera de cumpleaños, un poco solemne y emocionante.
(Isabel aprendía en secreto su manera de trinchar, de
dirigir a las sirvientitas).
Luis casi siempre leía, los puños en las sienes y el
libro apoyado en un sifón. Rema le tocaba el brazo antes de pasarle el plato, y
a veces el Nene lo interrumpía y lo llamaba filósofo. A Isabel le dolía que
Luis fuera filósofo, no
por eso sino por el Nene tenía pretexto para burlarse
y decírselo. Comían así : Luis en la cabecera, Rema y Nino en un lado, el Nene
e Isabel del otro , de manera que había un grande en la punta y a los lados un
chico y un grande. Cuando Nino quería decirle algo de veras le daba con el
zapato en la canilla. Una vez Isabel gritó y el Nene se puso furioso y le dijo
malcriada.
Rema se quedó mirándola, hasta que Isabel se consoló
en su mirada y la sopa juliana. Mamita, antes de ir a comer es como en todos los
otros momentos, hay que fijarse si - Casi siempre era Rema la que iba a ver si
se podía pasar al comedor de cristales. Al segundo día vino al living grande y
les dijo que esperaran. Pasó un rato largo hasta que un peón avisó que el tigre
estaba en el jardín de los tréboles, entonces rema tomó a los chicos de la mano
y entraron todos a comer. Esta mañana las papas estuvieron resecas, aunque
solamente el Nene y Nino protestaron.
Vos me dijiste que no debo andar haciendo - Porque
Rema parecía detener, con su tersa bondad, toda pregunta. Estaba tan bien que
no era necesario preocuparse por lo de las piezas. Una casa grandísima, y en el
pero de los casos había que no entrar en una habitación ; nunca más de una, de
modo que no importaba. A los dos días Isabel se habituó igual que Nino. Jugaban
de la mañana a la noche en el bosque de sauces, y si no se en el bosque de
sauces le quedaba el jardín de los tréboles, el parque de las hamacas y las
costra del arroyo. En la casa era lo mismo, tenían sus dormitorios, el corredor
del medio, la biblioteca de abajo (salvo un jueves en que no se pudo ir ala
biblioteca) y el comedor de cristales. Al estudio de Luis no iban porque Luis
leía todo el tiempo, a veces llamaba a su hijo y le daba libros con figuras ;
pero Nino los sacaba de ahí, se iban a mirarlos al living o al jardín de
enfrente. No entraban nunca en el estudio del Nene porque tenían miedo de sus
rabias. Rema les dijo que era mejor así, se los dijo como advirtiéndoles; ellos
ya sabían leer en sus silencios.
Al fin y al cabo era un vida triste. Isabel se
preguntó una noche por qué los Funes la habrían invitado a veranear. Le faltó
edad para comprender que no era por ella sino por Nino, un juguete estival para
alegrar a Nino. Sólo alcanzaba a advertir la casa triste, que rema estaba como
cansada, que apenas llovía y las cosas tenían, sin embargo, algo de húmedo y
abandonado. Después de unos días se habituó al orden de la casa, a la no
difícil disciplina de aquel verano en Los Horneros. Nino empezaba a comprender
el microscopio que le regalar Luis, pasaron una semana espléndida criando
bichos en una batea con agua estancada y hojas de cala, poniendo gotas en la
placa de vidrio para mirar los microbios. "Son larvas de mosquito, con ese
microscopio no van a ver microbios", les decía Luis desde su sonrisa un
poco quemada y lejana. Ellos no podían creer que ese rebullente horror no fuese
un microbio. Rema les trajo un caleidoscopio que guardaba en su armario, pero
siempre les gustó más descubrir microbios y numerarles las patas. Isabel
llevaba una libreta con los apuntes de los experimentos, combinaba la biología
con la química y la preparación de un botiquín. Hicieron el botiquín en el
cuarto de Nino, después de requisar la casa para proveerse de cosas.
Isabel se lo dijo a Luis :
"Queremos de todo : cosas.". Luis les dio
pastillas de Andréu, algodón rosado, un tubo de ensayo. El Nene, una bolsa de
goma y un frasco de píldoras verdes con la etiqueta raspada. Rema fue a ver el
botiquín, leyó el inventario en la libreta, y les dijo que estaban aprendiendo
cosas útiles. A ella o a Nino (que siempre se excitaba y quería lucirse delante
de Rema) se le ocurrió montar un herbario. Como esta mañana se podía ir al
jardín de los tréboles, anduvieron sacando muestras y a la noche tenían el piso
de sus dormitorios lleno de hojas y flores sobre papeles, casi no quedaba donde
pisar. Antes de dormirse, Isabel apuntó : "Hoja número 74 : verde, forma
de corazón, con pintitas marrones".
La fastidiaba un poco que casi todas las hojas fueran
verdes, casi todas lisas, casi todas lanceoladas. El día que salieron a cazar
las hormigas, vio a los peones de la estancia. Al capataz y al mayordomo los
conocía bien porque iban con las noticias a la casta. Peo estos otros peones,
más jóvenes, estaban ahí del lado de los galpones con un aire de siesta,
bostezando a ratos y mirando jugar a los niños. Uno le dijo a Nino : "Pa
que vaj a juntar tó esos bichos", y le dijo con dos dedos en la cabeza,
entre los rulos. Isabel hubiera querido que Nino se enojara, que demostrase ser
el hijo del patrón. Ya estaba con la botella hirviendo de hormigas y en la
costa del arroyo dieron con un enorme cascarudo y lo tiraron también adentro
para ver. La idea del formicario la habían sacado del Tesoro de la Juventud, y Luis
les prestó un largo y profundo cofre de cristal.. Cuando se iban, llevándolo
entre los dos, Isabel le oyó decirle a Rema : "Mejor que se estén así
quietos en casa". También le pareció que rema suspiraba. Se acordó antes
dormirse, a la hora de las caras en la oscuridad, lo vio otra vez al Nene
saliendo a fumar al porche, delgado y canturreando, a rema que le levaba el
café y él que tomaba la taza equivocándose, tan torpe que apretó los dedos de
rema al tomar la taza, Isabel había visto desde el comedor que Rema tiraba la
mano atrás y el Nene salvaba apenas la taza de caerse, y se reían con la
confusión. Mejor hormigas negras que coloradas : más grandes, más feroces.
Soltar después un montón de coloradas, seguir la
guerra detrás del vidrio, bien seguros. Salvo que no se pelearan. Dos
hormigueros, uno en cada esquina de la caja de vidrio. Se consolarían
estudiando las distintas costumbres, con una libreta especial para cada clase
de hormigas. Pero casi seguro que se pelearían, guerra sin cuartel para mirar por
los vidrios, y una sola libreta. A Rema no le gustaba espiarlos, a veces pasaba
delante de los dormitorios y los veía con los formicarios al lado de la
ventana, apasionados e importantes .
Nino era especial para señalar en seguida las nuevas
galerías, e Iasbel ampliaba el plano trazado con tinta a doble página. Por
consejo de Luis terminaron aceptando hormigas negras solamente, y el formicario
ya era enorme, las hormigas parecían furiosas y trabajaban hasta la noche,
cavando y removiendo con mil órdenes y evoluciones, avisado frotar de antenas y
patas, repentinos arranques de furor o vehemencia, concentraciones y desbandes
sin causa visible. Isabel ya no sabía que apuntar, dejó poco a poco la libreta,
dejó poco a poco la libreta y se pasaban estudiando y olvidándose los
descubrimientos. Nino empezaba a querer volver al jardín, aludía a las hamacas
y a los petisos. Isabel lo despreciaba un poco. El formicario valía más que
todo Los Horneros, y a ella le encantaba pensar que las hormigas iban y venían
sin miedo a ningún tigre, a veces le daba por imaginarse un tigrecito chico
como una goma de borrar, rondando las galerías del formicario ; tal vez por eso
los desbandes, las concentraciones. Y le gustaba repetir el mundo grande en el
de cristal, ahora que se sentía un poco presa, ahora que estaba prohibido bajar
al comedor hasta que Rema les avisara.
Acercó la nariz a uno de los libros, de pronto atenta
porque le gustaba que ella consideraran ; oyó a rema detenerse en la puerta,
callar, mirarla. Esas cosas las oía con tan nítida claridad cuando era Rema.
- ¿Por qué así sola ?
- Nino se fue a las hamacas. Me parece que ésta debe
ser una reina, es grandísima.
El delantal de Rema se reflejaba en el vidrio. Isabel
le vio una mano levemente alzada, con el reflejo en el vidrio parecía como si
estuviera dentro del formicario, de pronto pensó en la misma mano dándole la
taza de café al Nene, pero ahora eran las hormigas que le andaban por los
dedos, las hormigas en vez de la taza y la mano del Nene apretándole las yemas.
- Saque la mano, Rema - pidió
- ¿La mano ?
- Ahora está bien. El reflejo asusta a las hormigas.
- Ah. Ya se puede bajar al comedor.
- Después. ¿El Nene está enojado con Ud., Rema ?.
La mano pasó sobre el vidrio como un pájaro por una
ventana. A Isabel le pareció que las hormigas se espantaban de veras, que huían
de reflejo. Ahora ya no se veía nada, rema se había ido, andaba por el corredor
como escapando de algo. Isabel sintió miedo de su pregunta, un miedo sordo y
sin sentido, quizá no de la pregunta como se verla irse así a rema, del vidrio
otra vez límpido donde las galerías desembocaban y se torcían como crispados
dedos dentro de la tierra.
Una tarde hubo siesta, sandía, pelota a paleta en la
red que miraba al arroyo, y Nino estuvo espléndido sacando tiros que parecían
perdidos y subiéndose al techo por la glicina para desenganchar la pelota
metida entre dos tejas. Vino un peoncito del lado de los sauces y los acompañó
a jugar, pero era lerdo y se le iban los tiros. Isabel olía hojas de aguaribay
y en un momento, al devolver con un revés una pelota insidiosa que Nino le
mandaba baja, sintió como muy
adentro la felicidad del verano. Por primera vez
entendía su precencia en Los Horneros, las vacaciones, Nino. Pensó en el
formicario, allá arriba, y era una cosa muerta y rezumante, un horror de patas
buscando salir, un aire vaciado y venenoso. Golpeó la pelota con rabia, con
alegría, cortó un tallo de aguaribay con los dientes y lo escupió asqueada,
feliz, por fin de veras bajo el sol del campo.
Los vidrios cayeron como granizo. Era en el estudio
del Nene. Lo vieron asomarse en mangas de camisa, con los anchos anteojos
negros.
- ¡Mocosos de porquería !
El peoncito escapaba. Nino se puso al lado de Isabel,
ella lo sintió temblar con el mismo viento que los sauces.
- Fue sin querer, tío.
- De veras, Nene, fue sin querer.
Ya no estaba.
Le había pedido a rema que se llevara el formicario y
Rema se lo prometió.
Después charlando mientras la ayudaba a colgar su ropa
y a ponerse el piyama, se olvidaron. Isabel sintió la cercanía de las hormigas
cuando rema le apagó la luz y se fue por el corredor a darle las buenas noches
a Nino todavía lloroso y dolido, pero no se animó a llamarla de nuevo, rema
hubiera pensado que era una chiquilina. Se propuso dormir en seguida, y se
desveló como nunca. Cuando fue el momento de las caras en la oscuridad, vio a
su madre y a Inés mirándose con un sonriente aire de cómplices y poniéndose
unos guantes de fosforescente amarillo. Vio a Nino llorando, a su madre y a
Inés con los guantes que ahora eran gorros violeta que les giraban y giraban en
la cabeza, a Nino con ojos enormes y huecos - tal vez por haber llorado tanto -
y previó que ahora vería a Rema y a Luis, deseaba verlos y no al Nene, pro vio
al Nene sin los anteojos, con la misma cara contraía que tenía cuando empezó a
pegarle a Nino y Nino se iba echando atrás hasta quedar contra la pared y lo
miraba como esperando que eso concluyera, y el Nene volvía a cruzarle la cara
con un bofetón suelto y blando que sonaba a mojado, hasta que Rema se puso
delante y él se rió con la cara casi tocando la de rema, y entonces se oyó
volver a Luis y decir desde lejos que ya podían ir al comedor de adentro.
Todo tan rápido, todo porque Nino estaba ahí y Rema
vino a decirles que no se movieran del living hasta que Luis verificara en qué
pieza estaba el tigre, y se quedó con ellos mirándolos jugar a las damas. Nino
ganaba y Rema lo elogió, entonces Nino se puso tan contento que le pasó los
brazos por el talle y quiso besarla. Rema se había inclinándose riéndose, y
Nino la besaba en los ojos y la nariz, los dos se reían y también Isabel,
estaban tan contentos jugando así. No vieron acercarse al Nene, cuando estuvo a
l lado arrancó a Nino de un tirón, le dijo algo del pelotazo al vidrio de su
cuarto y empezó a pegar, miraba a Rema cuando pegaba, parecía furioso contra
Rema y ella lo
desafió un momento con los ojos, Isabel asustada la
vio que lo encaraba y se ponía delante para proteger a Nino. Toda la cena fue
un disimulo, una mentira, Luis creía que Nino lloraba por un porrazo, el nene
miraba a Rema como mandándola que se callara, Isabel lo veía ahora con la boca
dura y hermosa, de labios rojísimos ; en la tiniebla los labios eran todavía
más escarlata, se le veía un brillo de dientes naciendo apenas. De los dientes
salió una nube esponjosa, un triángulo verde, Isabel parpadeaba para borrar las
imágenes y otra vez salieron Inés y su madre con guantes amarillos ; las miró
un momento y pensó en el formicario: eso estaba ahí y no se veía ; los guantes
amarillos no estaban y ella los veía en cambio como a pleno sol. Le pareció
casi curioso, no podía hacer salir el formicario, más bien lo alcanzaba como un
peso, un pedazo de espacio denso y vivo. Tanto lo sintió que se puso a buscar
los fósforos, la vela de noche. El formicario saltó de la nada envuelto en
penumbra oscilante. Isabel se acercaba llevando la vela. Pobres hormigas, iban
a creer que era el sol que salía. Cuando pudo mirar uno de los lados, tuvo
miedo ; en plena oscuridad las hormigas habían estado trabajando. Las vio ir y
venir, bullentes, en un silencio tan visible, tan palpable. Trabajan allí
adentro, como si no hubieran perdido todavía la esperanza de salir.
Casi siempre era el capataz el que avisaba de los
movimientos del tigre ; Luis le tenía la mayor confianza y como se pasaba casi
todo el día trabajando en su estudio, no salía nunca no dejaba moverse a los
que venían del piso alto hasta que don Roberto mandaba su informe. Pero también
tenían que confiar entre ellos. Rema, ocupada en los quehaceres de adentro,
sabía bien lo que pasaba en la planta alta y arriba. Otras veces nada, pero sin
don Roberto los encontraba afuera les marcaba el paradero del tigre y ellos
volvían a avisar. A Nino le creían todo, a Isabel menos porque era nueva y
podía equivocarse.
Después, como andaba siempre con Nino pegado a sus
polleras, terminaron creyéndole lo mismo. Eso, de mañana y tarde ; por la noche
era el Nene quien salía a verificar si los perros estaban atados o sin no
habían quedado rescoldo
cerca de las casas. Isabel vio que llevaba el revólver
y a veces un bastón con puño de plata.
A Rema no quería preguntarle porque Rema parecía
encontrar en eso algo tan obvio y necesario ; preguntarle hubiera sido pasar
por tonta, y ella cuidaba su orgullo delante de otra mujer. Nino era fácil,
hablaba y refería. Todo tan claro y evidente cuando él lo explicaba. Sólo por
la noche, si quería repetirse esa claridad y esa evidencia, Isabel se deba
cuenta de que la razones importantes continuaban faltando. Aprendió pronto lo
que de veras importaba : verificar previamente si de veras se podía salir de la
casa o bajar al comedor de cristales, al estudio de Luis, a la biblioteca.
"Hay que fiar en don Roberto", había dicho Rema. También en ella y en Nino. A Luis no le preguntaba porque pocas veces sabía. Al Nene que
sabía siempre, no le preguntó jamás. Y así todo era fácil, la vida se
organizaba para Isabel con algunas obligaciones más del lado de los movimientos,
y en algunas menos del lado de la ropa , de las comidas, la hora de dormir. Un
veraneo de veras, como debería ser el año entero.
... verte pronto. Ellos están bien. Con Nino tenemos
un formicario y jugamos y llevamos un herbario muy grande. Rema te manda beso,
está bien. Yo la encuentro triste, lo mismo a Luis que es muy bueno. Yo creo
que Luis tiene algo, y eso que estuida tanto. Rema me dio unos pañuelos de
colores preciosos, a Inés le van a gustar. Mamá esto es lindo y yo me divierto
con Nino y don Roberto, es el capataz y nos dice cuando podemos salir y adónde,
una tarde casi se equivoca y nos manda a la costa del arroyo, en eso vino un
peón a decir que no, vieras qué afligido estaba don Roberto y después Rema, lo
alcanzó a Nino y lo estuvo besando, y a mí me apretó tanto.
Luis anduvo diciendo que la casa no era para chicos, y
Nino le preguntó quiénes eran los chicos y se rieron, hasta el Nene se reía.
Don Roberto es el capataz.
Si vinieras a buscarme te quedarías unos días y
podrías estar con rema y alegrarla. Yo creo que ella....
Pero decirle a su madre que rema lloraba de noche, que
la había oído llorar pasando por el corredor a pasos titubeantes, pararse en la
puerta de Nino, seguir, bajar la escalera (se estaría secando los ojos) y la
voz de Luis, lejana :
"¿Qué tenés Rema ? ¿No estás bien ?", un
silencio, toda la casa como una inmensa oreja, después de un murmullo y otra
vez la voz de Luis : "Es un miserable, un miserable...", casi como
comprobando fríamente un hecho, una filiación, tal vez un destino.
...está un poco enferma, le haría bien que vinieras y
las acompañaras. Tengo que mostrarte el herbario y unas piedras del arroyo que
me trajeron los peones.
Decile a Inés...
Era una noche como le gustaba a ella, con bichos,
humedad, pan recalentado y flan de sémola con pasas de corinto. Todo el tiempo
ladraban los perros sobre las costa del arroyo, un mamboretá enorme se plantó
de un vuelo en el mantel y Nino fue a buscar una lupa, lo taparon con un vaso
ancho y lo hicieron rabiar para que mostrase los colores de las alas.
- Tirá ese bicho - pidió rema-. Les tengo un asco.
- Es un buen ejemplar - admitió Luis-. Miren como
sigue mi mano con los ojos. El único insecto que gira la cabeza.
- Qué maldita noche - dijo el Nene detrás de su
diario.
Isabel hubiera querido decapitar al mamboretá , darle
un tijeretazo y ver qué pasaba.
- Dejalo dentro del vaso - pidió Nino-. Mañana lo
podríamos meter en el formicario y estudiarlo.
El calor subía, a las diez y media no se respiraba.
Los chicos se quedaron con Rema en el comedir de adentro, los hombres estaban
en sus estudios. Nino fue el primero en decir que tenía sueño.
- Subí solo, yo voy después de verte. Arriba está todo
bien. - Y rema lo ceñía por la cintura, con un gesto que a él le gustaba tanto.
-¿Nos contás un cuento, tía Rema ?
- Otra noche.
Se quedaron solas, con el mamboretá que las miraba.
Vino Luis a darles las buenas noches, murmuró algo sobre la hora en que los
chicos debían irse a la cama, Rema les sonrió al besarlo.
- Oso gruñón - dijo, e Isabel inclinada sobre el vaso
del mamboretá pensó que nunca había visto a rema besando al Nene y a un
mamboretá de un verde tan verde. Le movía un poco el vaso y el mamboretá
rabiaba. Rema se acercó para pedirle que fuera a dormir.
- Tirá ese bicho, es horrible..
- Mañana, rema.
Le pidió que subiera a darle las buenas noches. El
Nene tenía entornada la puerta de su estudio y estaba paseándose en mangas de
camisa, con el cuello suelto. Le silbó al pasar.
- Me voy a dormir, Nene.
- Oíme: decíle a Rema que me haga una limonada bien
fresca y me la traiga aquí. Después subís no más a tu cuarto.
Claro que iba a subir a su cuarto, no veía por qué
tenía él que mandárselo.
Volvió al comedor para decirle a rema, vio que
vacilaba.
- No subás todavía. Voy a a hacer la limonada y se la
llevás vos misma.
- El dijo que ...
- Por favor.
Isabel se sentó al lado de la mesa. Por favor. Había
nubes de bichos girando bajo la lámpara de carburo, se hubiera quedando horas
mirando la nada y repitiendo : Por favor, por favor. Rema, Rema. Cuánto la
quería, y esa voz de tristeza sin fondo, sin razón posible, la voz de la
tristeza. Por favor. Rema, Rema... Un calor de fiebre le ganaba la cara, un
deseo de tirarse a los pies de Rema, de dejarse llevar en los brazos por rema,
una voluntad de morirse mirándola y que Rema le tuviera lástima, le pasara
finos dedos frescos por el pelo, por los párádos...
Ahora le alcanzaba una jarra verde llena de limones
partidos y hielo.
- Llevásela...
- Rema ...
Le pareció que temblaba, que se ponía de espaldas a la
mesa para que ella no le viese los ojos.
- Ya tiré el mamboretá, Rema.
Se duerme mal con el calor pegajoso y tanto zumbar de
mosquitos. Dos veces estuvo a punto de levantarse, salir al corredor o ir al
baño a mojarse las muñecas y la cara. Pero oía andar a alguien, abajo, alguien
se paseaba de un lado al otro del comedor, llegaba al pie de la escalera,
volvía... No eran los pasos oscuros y espaciados de Luis, no era el andar de
rema. Cuánto calor tenía esa noche el Nene, cómo se habría bebido a sorbos la
limonada. Isabel lo veía bebiendo de la jarra, las manos sosteniendo la jarra
verde con rodajas amarillas oscilando en el agua bajo la lámpara ; pero a la
vez estaba segura de que el Nene no había bebido la limonada, que estaba aún
mirando la jarra que ella le llevara hasta le mesa como alguien que mora una
perversidad infinita.
No quería pensar en la sonrisa del Nene, su hasta la
puerta como para asomarse al comedor, su retorno lento.
- Ella tenía que traérmela. A vos te dije que subieras
a tu cuarto. Y no ocurrírsele más que una respuesta tan idiota :
- Está bien fresca, Nene.
Y la jarra verde como el mamboretá.
Nino se levantó el primero y le propuso ir a buscar
caracoles al arroyo. Isabel caso no había dormido, recordaba salones con
flores, campanillas, corredores de clínica, hermanas de caridad, termómetros en
bocales con bicloruro, imágenes de primera comunión, Inés, la bicicleta rota,
el tren Mixto, el disfraz
de gitana de los ocho años. Entre todo eso, como
delgado aire entre hojas de álbum, se veía despierta , pensando en tantas cosas
que no eran flores, campanillas, corredores de clínica. Se levantó de mala
gana, se lavó duramente las orejas. Nino dijo que eran las diez y que el tire
estaba en la sala del piano, de modo que podía irse en seguida al arroyo.
Bajaron juntos, saludando apenas a Luis y al Nene que leían con las puertas abiertas.
Los caracoles quedaban en la costa sobre los trigales. Nino anduvo quejándose
de la distracción de Isabel, la trató de mala compañera y de que no ayudaba a
formar la colección. Ella lo veía de repente tan chico, tan un muchachito entre
sus caracoles y su hojas.
Volvió la primera, cuando en la casa izaban la bandera
para el almuerzo. Don Roberto venía de inspeccionar e Isabel le preguntó como
siempre. Ya Nino se acercaba despacio, cargando la caja de los caracoles y los
rastrillos, Isabel lo ayudó a dejar los rastrillos en el porch y entraron
juntos. Rema estaba ahí, blanca y callada. Nino le puso un caracol azul en la
mano...
- Para vos, el más lindo.
El Nen ya comía, con el diario al lado, a Isabel le
quedaba apenas sitio para apoyar el brazo. Luis vino el último de su cuarto,
contento como siempre a mediodía. Comieron, Nino hablaba de los caracoles, los
huevos de caracoles en las cañas, la colección por tamaños o colores. Él los
mataría solo, porque a Isabel le daba pena, los pondría a secar contra una
chapa de cinc. Después vino el café y Luis los miró con la pregunta usual,
entonces Isabel se levantó la primera para buscar a don Roberto, aunque don
Roberto ya le había dicho antes. Dio vuelta al porch y cuando entró otra vez,
Rema y Nino tenían las cabezas juntas sobre los caracoles, estaban como en una
fotografía de familia, solamente Luis la miró y ella dijo : "Está en el
estudio del Nene", se quedó viendo como el Nene alzaba los hombros,
fastidiado, y rema que tocaba un caracol con la punta del dedo, tan
delicadamente que también su dedo tenía algo de caracol. Después Rema se
levantó para ir a buscar más azúcar, e Isabel fue detrás de ella charlando
hasta que volvieron riendo por una broma que habían cambiado en la antecocina.
Como a Luis le faltaba tabaco y mandó a Nino a su estudio, Isabel lo desafió a
que encontraba primero los cigarrillos y salieron juntos. Ganó Nino, volvieron
corriendo y empujándose, casi chocan con el Nene que se iba a leer el diario a
la biblioteca, quejándose por no poder usar su estudio. Isabel se acercó a
mirar los caracoles, y Luis esperando que le encendiera como siempre el
cigarrillo la vio perdida, estudiando los caracoles que empezaban despacio a
asomar y moverse, mirando de pronto a rema, pero saliéndose de ella como una
ráfaga, y obsesionada por los caracoles, tanto que no se movió al primer
alarido del Nene, todos corrían ya y ella estaba sobre los caracoles como si no
oyera el grito ahogado del Nene, los golpes de Luis en la puerta de la
biblioteca, don Roberto que entraba con perros, y Luis repitiendo: "¡Pero
si estaba en el estudio de él ! ¡Ella dijo que estaba en el estudio de él
!", inclinada sobre los caracoles esbeltos como dedos, quizá como los
dedos de Rema, o era la mano de rema que le tomaba el hombro, le hacía alzar la
cabeza para mirarla, para estarla mirando una eternidad, rota por su llanto
feroz contra la pollera de rema, su alterada alegría, y rema pasándole la mano
por el pelo, calmándola con un suave apretar de dedos y un murmullo contra su oído, un balbucear como de graatitud, de
innombrable aquiescencia.
Julio Cortazar
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